Salvo en su Día Mundial, el pasado viernes 1 de diciembre, y quizá para recoger los datos anuales de Onusida y de algún congreso específico, ya casi no se habla de una enfermedad que afecta a 36,7 millones de personas, contagia al año a 1,8 millones y mata anualmente a un millón de personas en el mundo.
Su mayor conocimiento y la cronificación de los afectados gracias al avance continuo de los tratamientos han rebajado socialmente el pánico de los años ochenta. La infección por VIH/sida era la primera causa de muerte en la población de 25 a 44 años en España a principios de los años 90, con casi 6.000 defunciones anuales frente a las 633 contabilizadas en 2015 por el Instituto Nacional de Estadística. Hoy, gracias a las terapias antirretrovirales, un paciente de 20 años de edad diagnosticado de VIH tiene una esperanza de vida superior a los 70 años. Y su calidad de vida ha ido mejorando por los menores efectos secundarios de los tratamientos y por su simplificación farmacológica.
La Organización Mundial de la Salud y Onusida se han marcado el ambicioso objetivo de acabar con la epidemia de sida en el año 2030. De los casi 37 millones de infectados, unos 21 millones reciben tratamiento y las nuevas infecciones y las muertes relacionadas siguen disminuyendo en muchas partes del mundo, gracias a los miles de millones de dólares y euros invertidos en investigación, fármacos, campañas y donaciones, esfuerzos muy superiores a los realizados por ejemplo frente a la malaria o a la tuberculosis, igual de letales que el sida. Gajes de la occidentalidad de la infección. En la actualidad hay además 52 nuevos fármacos, en fase de ensayos clínicos: 32 son antivirales o antirretrovirales, 16 vacunas preventivas o terapéuticas y 4 terapias génicas.
A pesar de tantos medios, el objetivo de Onusida parece de todos modos algo ilusorio. Lejos de menguar, en Europa oriental y Asia central, las nuevas infecciones por VIH han aumentado un 60 por ciento desde 2010 y las muertes relacionadas con el sida, un 27 por ciento. Y en África occidental y central dos de cada tres personas no tienen aún acceso al tratamiento.
Además, esa falta de temor frente al VIH, por la disponibilidad de terapias eficaces, conduce en algunos ámbitos a conductas temerarias, a lo que se añade que la resistencia a los fármacos anti-VIH de primera línea se aproxima ya al 10 por ciento. Son señales preocupantes después de una década en la que parecía posible el control de la epidemia (Diario médico).